Título original: El maestro que prometió el mar
Titulo: El maestro que prometió el mar
Año: 2023
Duración: 105 minutos
País: España
Dirección: Patricia Font
Guion: Albert Val. Novela: Francesc Escribano
Reparto: Enric Aunquener, Laia Costa, Luisa Gavasa, Ramón Aguirre, Milo Taborada
Música: Natasha Arizu del Valle
Fotografía: David Valldepérez
Género: Drama | Basado en hechos reales. Enseñanza. Años 30. Colegios & Universidad
Sinopsis: Ariadna (Laia Costa) descubre que su abuelo busca desde hace tiempo los restos de su padre, desaparecido en la Guerra Civil. Decidida a ayudarlo, viaja a Burgos, donde están exhumando una fosa común en la que podría estar enterrado. Durante su estancia allí, conocerá la historia de Antoni Benaiges (Enric Auquer), un joven maestro de Tarragona que antes de la guerra fue profesor de su abuelo. Mediante un innovador método pedagógico Antoni inspiró a sus alumnos y les hizo una promesa: llevarlos a ver el mar.
CRITICA
Patricia Font se atreve con una temática compleja y dolorosa, con la ambición de abordar dos líneas narrativas cada una de las cuales tiene entidad suficiente para convertirse en una película distinta: el papel de los maestros republicanos que llevaron al aula la innovación educativa en España, y la búsqueda de los restos de tantos represaliados cuyo paradero sigue siendo desconocido.
El perfecto ensamblaje de ambas tramas convierte a “El maestro que prometió el mar” en una película necesaria, que no se parece a la maravillosa “La lengua de las mariposas” más que en el contexto y en la presencia de un inolvidable maestro; ni a “Madres paralelas” que reivindica la memoria histórica española de manera mucho más forzada con dos tramas que en lugar de estar conectadas parecen superpuestas. Por citar solo dos ejemplos de obras de ficción que me vienen a la cabeza. Documentales sobre esta época en la misma provincia como "Desde que el mundo es mundo" ofrecen una perspectiva muy distinta.
La película deja en el espectador una carga de emoción abrumadora que siembra el silencio en la sala hasta que terminan los últimos títulos de crédito y el negro rotundo apaga completamente la pantalla; nos cuesta volver al presente. La esperanza truncada por tantos asesinatos nos lleva a soñar con la evolución de nuestro país sin tantos años de dictadura, y con tantos maestros como Antonio Benaiges, que podrían haber sido una potente palanca de transformación de la sociedad española.
Los mecanismos de identificación con los personajes de los guiones cinematográficos que habitualmente nos permiten encontrar un protagonista claro aquí se dividen entre la joven que ayuda a su abuelo a encontrar los restos de su padre, y el maestro asesinado. En cualquier caso hay un valor simbólico claro en ambos personajes, que funcionan como arquetipos, y en su peripecia. Matar a un maestro que se entrega a su alumnado, que se preocupa por su futuro, que les hace pensar, soñar, expresar sus ideas e imprimirlas en sus propios cuadernos, que les invita a creer en la libertad, que se enfrenta al cura para apartar la Iglesia de la escuela pública, que utiliza métodos innovadores … significa matar un modelo social, una forma de convivencia, una manera de vivir. En la película Antonio Benaiges representa a todo un colectivo de docentes que llegaron a jugarse la vida por los principios de la Segunda República; así como Ariadna representa a una generación que necesita encontrar respuestas a las preguntas sobre sus orígenes y que considera un derecho intentar recuperar los restos de sus antepasados.
Aunque su puesta en escena es sobria y su estilo narrativo se atiene a las convenciones del género Patricia Font cuenta mucho en muy poco tiempo. A base de símbolos, metáforas y pinceladas de guión que se retoman más adelante cobrando todo su significado, consigue concentrar gran cantidad de elementos en su película: la ausencia de un crucifijo en el aula del que queda un cerco en la pared, la llegada al mar como promesa de futuro (cómo no recordar a Antoine Doinel en el final de los Cuatrocientos golpes), la intervención del Inspector como estrategia represora ineficaz (con actitudes similares al de Hoy empieza todo), … Hay mucho que pensar después de ver esta película.
Enric Auquer dota de una gran autenticidad el relato cada vez que aparece en pantalla, componiendo una actuación muy emotiva con la que encarna un ideal de docente, un modelo de compromiso con nuestra profesión, capaz de despertar en su alumnado esa luz interior que los docentes intentamos encender; o deberíamos. De su magisterio ejemplar destacaría el momento en el que convence a su alumno menos aplicado de la utilidad de aprender a escribir porque así podrá contarle a su padre, al que añora, que quiere saber de él. Dotar de sentido el aprendizaje es la estrategia más potente para motivar al alumnado; solo así se entiende cómo acaba la secuencia en la que llega el Inspector al colegio con la intención de demostrar la ineficacia de los métodos empleados por Benaigues. También son muy destacables sus profundas convicciones pedagógicas y su paciencia a la hora de explicar a la familia su manera de proceder. El impacto que consigue producir en su entorno se evidencia con las autorizaciones que reúne para una salida extraescolar que ofrece a su alumnado; consigue que las familias crean en su trabajo.
La película evidencia de forma natural la dimensión política que hay en la acción docente, en la labor de tantas maestras y maestros. Es imposible inculcar la defensa de los Derechos Humanos, el rechazo de la injusticia y de la desigualdad, el respeto a la ley democrática, desde la neutralidad ideológica. La escuela en una democracia es necesariamente progresista y debe combatir activamente cualquier forma de intolerancia y de violencia. También hoy día. Por otra parte, los funcionarios/as públicos deben asumir el compromiso de hacer respetar la legalidad vigente, los principios de la República, frente a los intentos de injerencia de los poderes fácticos. Y no por obvio es menos meritorio: trabajar con tantas niñas y niños en una película es un enorme reto, y el resultado es muy creíble. Sentimos que esta podría ser la escuela de Bañuelos de Bureba en 1936.
Lo mejor: Enric Aunquener.
Lo peor: Algunos momentos, demasiado ídilicos.
NOTA: 4,5/5