Título original: Saltburn
Titulo: Saltburn
Año: 2023
Duración: 127 minutos
País: Estados Unidos
Dirección: Emerald Fennell
Guion: Emerald Fennell
Reparto: Barry Kehoghan, Jacob Elordi, Rosamund Pike, Richar E. Grant, Alison Oliver
Fotografía: Linus Sandgren
Género: Drama. Comedia. Thriller | Homosexualidad
Sinopsis: Mientras lucha por encontrar su lugar en la Universidad de Oxford, el estudiante Oliver Quick se ve arrastrado al mundo del encantador y aristocrático Felix Catton, que le invita a Saltburn, la extensa finca de su excéntrica familia, para pasar un verano inolvidable.
CRITICA
Me he acercado a Salburn sin tener mucha idea de qué esperarme. El tráiler resultaba muy llamativo, pero las críticas profesionales no han sido demasiado amables con el nuevo trabajo de Emerald Fennell, aunque eso tampoco es de sorprender. Cuando un realizador debuta de manera tan contundente como lo hizo Fennell (su primer largometraje, Una joven prometedora, tuvo una enorme acogida que se acabó materializando en un Oscar al mejor guion original), no es poco común que se lleve unas cuantas hostias cuando estrena su segundo trabajo. Le pasó a Kenneth Lonergan con Margaret, a Shyamalan con El protegido o incluso al mismísimo Orson Welles con El cuarto mandamiento, películas a las que el tiempo ha tratado bastante bien y que se han acabado reivindicando con el paso de los años. Tal vez sea demasiado pronto para determinar si Saltburn va a pertenecer a este mismo grupo dentro de una década, pero tengo que decir que por lo menos yo me lo he pasado del carajo viéndola.
Ni la premisa de la película ni su desarrollo son algo nunca visto, no nos vamos a engañar. Uno no puede evitar pensar en el Mr. Ripley de Patricia Highsmith (por la caracterización de su personaje protagónico), en la Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh (por la premisa y porque el mismo Ollie la menciona en una línea de diálogo) o en la Teorema de Pasolini (por el desarrollo de su historia), y una parte de mí estaría encantado de saber lo que pensaría Pasolini si viera la lluvia de testarazos de perversión y libertinaje con la que nos embiste Saltburn durante dos horas. Tal y como le sucedió en su debut, Fennell sigue brillando como guionista cuando da rienda suelta a su sentido de la ironía y del humor negro, del que aquí hace gala en múltiples ocasiones a modo de pasajes deliciosa y malévolamente divertidos y sugerentes. Es cierto que sigue flaqueando cuando le da por hacer tirabuzones argumentales o cuando intenta ponerse más sobria de lo necesario, pero seamos honestos, una película que decide guardarse una canción como Murder on the dancefloor para su escena final tampoco es que sea el paradigma de la seriedad. Su manera de caricaturizar y de burlarse de la clase social a la que pertenece la familia de Felix es de todo menos sutil, pero nadie ha dicho que la sutileza sea condición sine qua non para alcanzar la grandeza. Scorsese nunca ha sido sutil. Ni Park Chan-wook. Ni Tarantino. Ni Ruben Östlund. Ni Spike Lee. Al final lo que importa no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas, y desde luego Fennell sentencia con cada escena, pero no lo hace desde la condescendencia, sino que sus ideas, en lugar de acariciar, te electrocutan.
Y si a nivel narrativo Saltburn es una descarga eléctrica, qué decir de su aparato visual, la mejora más evidente con respecto al trabajo anterior de Fennell. Probablemente se haya notado la presencia de Linus Sandgren como director de fotografía (colaborador de confianza de Damian Chazelle), pero el ojo de Fennell para la composición, la narrativa visual y la exuberancia cromática no deben ser desestimados. La cámara, vigorosa y dinámica, capaz de hacer virguerías pero también de quedarse clavada cuando la escena lo requiere. El montaje, vibrante y tenso, tan afilado en ocasiones como la pluma que escribió el guion. La apropiadamente ampulosa puesta en escena, que da vida a un castillo señorial y opulento pero también lleno de espacios vacíos, un mastodonte de otra época donde la familia Catton, con sus sirvientes y sus ceremonias, parece vivir su vida ajena a los vaivenes del mundo real, un aislamiento que se hace más acusado con la elección de ese ceñido aspect ratio de 1.37:1.
Y sin embargo, el punto fuerte de la película, en mi opinión, no está ni en el muy sólido (aunque algo manido) guion ni en el más que notable apartado visual, sino en las fabulosas interpretaciones de uno los elencos más potentes del año. La máxima de que no hay nadie mejor que un actor para dirigir a otros actores parece volver a cumplirse con Fennell, que sabe sacar el máximo provecho de todo su reparto. Secundarios de lujo como Richard E. Grant y Carey Mulligan dejan su marca con sus breves intervenciones. Jacob Elordi, que con su imponente físico tiene la mitad del trabajo hecho, conquista a la cámara haciendo de Felix, tal vez el más cuerdo de todos los personajes de este universo enfermizo. Rosamund Pike deslumbra por completo como Elspeth en el que probablemente sea su mejor trabajo desde Perdida, y además tiene pinta de pasárselo de maravilla siendo tan mala bicha. Y lo de Barry Keoghan es un recital de principio a fin. No existe otro actor en su generación tan sintonizado con lo raro, lo retorcido y lo inquietante. Keoghan (quien tampoco es un intérprete particularmente sutil) resulta hipnótico retratando a un Oliver ambivalente, poco fiable (como nos hacer saber la cámara desde la primera escena) pero fascinante de contemplar. Ya sé que los premios no significan nada, pero aun así me va a dar mucha lástima ver cómo los Oscar lo ningunean en favor de otras actuaciones mucho más académicas y previsibles cuando, en mi modesta opinión, tanto él como Pike deberían ser unos nominados indiscutibles.
En resumen, Saltburn tiene todas las hechuras de futura película de culto, y estoy convencido de que va a dejar indiferente a muy pocos. Es el trabajo que una cineasta que busca, por encima de todo, pasárselo bien con una dosis obscena de morbo y mamoneo. Es tan indecente, tan lasciva, tan demencial y tiene tan poca vergüenza que, si no entras en su rollo, te echa a patadas sin miramientos. Pero también creo que los que, como yo, os metáis de lleno en la propuesta de Fennell encontraréis un trabajo tremendamente disfrutable, con grandes interpretaciones por parte de todo el reparto, una explosiva puesta en escena y una trama morbosa, estimulante y bien contada a pesar de algunas cabriolas narrativas que están algo cogidas con pinzas y de ser tan delicada como una patada en el pecho.
Lo mejor: Keoghan y Elordi.
Lo peor: Puede pecar de demasiado, pretenciosa.
NOTA: 4/5