viernes, 11 de marzo de 2022

Los últimos zares

 


Título original: The Last Czars
Titulo: Los últimos zares
Año: 2019
Duración: 45 min
País: Estados Unidos
Dirección: Adrian McDowall, Gareth Tunley
Guion: Christopher Bell, Dana Fainaru, Sasha Hails
Música: Tom Howe
Fotografía: Tom Pridham, Benjamin Pritchard
Reparto: Robert Jack, Susanna Herbert, Ben Cartwright, Oliver Dimsdale, Bernice Stegers, Steffan Boje, Indre Patkauskaite, Elsie Bennett, Jurga Seduikyte, Duncan Pow, Karina Stungyte, Milda Noreikaite, Michelle Bonnard, Gavin Mitchell, Sarah Ball, Simonas Dovidauskas, Samuel Collings, Mark Frost, Brian McCardie, Andrew Bicknell, Jokubas Bareikis, Richard Laing, Clotilde Rigaud, Gerard Miller, Paul Hickey, Leonardas Pobedonoscevas
Productora: Nutopia. Distribuidora: Netflix
Género: Serie de TV. Documental. Drama | Años 1900 (circa). Histórico. Miniserie de TV
Sinopsis: A principios del siglo XX, el zar Nicolás II se resiste a los vientos de cambio y termina encendiendo la chispa de una revolución que acabaría con su dinastía. Drama histórico que alterna el documental y la ficción para mostrarnos los últimos años de la familia real rusa, que terminó con su ejecución poco después de la revolución. La masacre afectó a toda la familia real, incluido el antiguo Zar Nicholas II, la última emperatriz de Rusia Alejandra Fiódorovna Románova, sus cinco hijos (Olga, Tatiana, María, Anastasia y Alexei), y sus ayudantes de confianza que los siguieron hasta el encarcelamiento.


CRITICA

The Last Czars, o Los últimos zares, es un docudrama del año 2019 dirigido por Adrian J. McDowall. Tiene una temporada y seis episodios de casi una hora cada uno. Es accesible en Netflix. Parece estar basada en la historiadora Helen Rappaport: The Last Days of the Romanovs: Tragedy at Ekaterinburg.




Después de haber visto el extenso telefilm "Stalin", de 1992 y protagonizada por Robert Duvall, donde se expone con sumo rigor la naturaleza lumpen y contrarrevolucionaria de Stalin, desde ser un mero ladrón de bancos para el financiamiento político, pasando por su carácter denso y abusivo con la secretaria de Lenin, algo que éste mismo le reprocha a aquél en sus correspondencias, hasta su paranóia comparable a la de Calígula lo que lo llevó a ser un traidor purgón; vi también El tren de Lenin, miniserie televisiva de 1988 de Damiano Damiani, con la ninfa Dominique Sanda en la interpretación coprotagónica de la camarada Inessa Armand; la misma de Más allá del bien y del mal (1977) de Liliana Cavani, en el papel de Lou Salome; de Novecento (1976) y El conformista (1970), de Bertolucci; aquí se deja ver una reconstrucción digna de los hechos que se suceden alrededor de Lenin en su retorno del exilio a la Rusia convulsionada de 1917: Lenin llega a Petrogrado el 16 de abril de ese mismo año y Trotsky igualmente el 17 de mayo al mismo destino.

Esta vez, en esta serie la perspectiva está enfocada en la realeza. Desde el hambre y la extrema pobreza del proletariado y el campesinado, pasando por el Domingo Sangriento (1905), a raíz del cual el zar pasaría a ser conocido como Nikolái el Sangriento, hasta las diversas represiones fatales a manifestantes desarmados, las guerras, y todo el quilombo en el que los envolvió el lascivo gurú Rasputín. Está muy bien planteada a pesar de que al final nos intenten hacer empatizar con la blancura real. Yákov Sverdlov y sus camaradas hicieron bien en liquidar a toda la familia zarista en la casa Ipátiev en Ekaterimburgo, donde en el año 2000/03 la burguesía restaurada construiría la "Iglesia sobre la sangre en nombre de Todos los santos que resplandecieron en la tierra de Rusia", dejando en claro su nula empatía por el pueblo obrero masacrado por el zar, lo que nos obliga a preguntarnos: ¿por qué entonces nos debemos sentir empatía por la clase opresora y su régimen sacro jurídico de opresión? La blanquitud tiernis de la élite explotadora en todos los tiempos pretenden adoctrinados para sentir pena por la lacra burguesa, mediante su hegemonía moral y su humanismo burgués; cuando a ellos nunca les tiembla el puso para dar órdenes de asesinatos en masa en represiones populares. 

Quienes les ejecutamos partimos de la misma distancia sentimental que hay entre una clase y la otra. Además, mientras la guerra civil continuaba y el Ejército Blanco (una alianza terrorista de fuerzas antibolcheviques) amenazaba con capturar la ciudad donde se encontraba la familia del viejo régimen, se temía que los Romanov cayeran en manos Blancas. Esto era inaceptable para nos por dos razones: primero, el zar o cualquiera de los miembros de su familia podían proporcionar un faro para reunir apoyo a la causa Blanca imperialista; segundo, el zar, o cualquiera de los miembros de su familia si el zar estuviera muerto, sería considerado el legítimo gobernante de Rusia por las otras naciones europeas capitalistas y beligerantes. Esto habría significado la capacidad de negociar una mayor intervención extranjera en nombre de los parásitos Blancos. No obstante, la familia del zar fue víctima del principio que forma el eje mismo de la monarquía: la herencia dinástica, por lo que sus muertes eran una necesidad. El mismo destino habrían sufrido en la revolución burguesa francesa, sólo que en la plaza pública y con una guillotina. Y es el mismo destino que, espero, les suceda a todas las monarquías parlamentarias europeas actuales cuando sea la hora de dejar atrás el régimen capitalista. Ellos, lxs sangre azul, fueron y serán víctimas de su propio fraude: si por designio "divino" tienen privilegios sobre el pueblo trabajador que se heredan por la sangre, entonces por la sangre tienen que ser erradicados.


Lo mejor:  Su forma de narrarlo, mezcla el documental, con su representación en forma de serie.
Lo peor:    La leyenda de Anastasia.


NOTA: 5/5